FATIMA 20 de noviembre 1999
Homilía de D. Esteban Gobbi
en el cenáculo en la Capilla de las Apariciones,
al finalizar su visita a Portugal
(tomada de una grabación)
«Digamos todos juntos: «Gracias Jesús por habernos dado a tu Madre».
Es un gran don del Corazón Divino de Jesús habernos dado a su misma Madre, en la cruz, pocos instantes antes de morir, como lo habéis escuchado en el Evangelio.
Jesús está viviendo su agonía, con el rostro cubierto de sangre y sus ojos velados por el llanto: logra con fatiga entrever bajo la cruz a su Madre y a Juan, el discípulo predilecto.
Entonces Jesús dice a su Madre «He ahí a tu Hijo» y a Juan «He ahí a tu Madre».
Desde aquel momento María es Madre de toda la humanidad redimida, en el orden sobrenatural de la Gracia y de la vida divina, como dice el Concilio, pues es nuestra verdadera Madre.
Por esto Ella interviene en la vida de cada uno de nosotros como Madre. Nos ama, nos forma, nos conduce por el camino del bien, nos consuela en los sufrimientos, y en estos tiempos difíciles, nos ayuda a vivir nuestra Fe, a dar nuestro testimonio de Jesús, a mantener las promesas que le hicimos el día de nuestro bautismo, cuando fuimos liberados de la esclavitud de Satanás y hechos verdaderos hijos de Dios.
Dios nos ha comunicado su misma vida por medio de la Gracia santificante, y nosotros debemos vivir para Él, para glorificar-le, cumpliendo su Divina Voluntad.
Por esto la Virgen, como Madre, nos ayuda a caminar por la vía de la observancia de la ley de Dios, a huir del Pecado que es nuestro mayor mal y origen de todos los demás males morales y físicos.
La Virgen, precisamente en este mismo lugar, vino a pedirnos oración y penitencia para la conversión de los pecadores.
Como Madre desea salvarnos a todo, también a los más lejanos, porque es la Madre misericordiosa de toda la humanidad redimida.
Por esto los acontecimientos históricos de sus hijos repercuten en su corazón de Madre, especialmente cuando los hijos se alejan de Dios y caminan por la senda peligrosa del pecado y del mal. Entonces Ella interviene para ayudar a sus hijos.
La Virgen intervino aquí en Fátima, casi al principio de este siglo, en el cual la humanidad se alejaba de Dios y en vez de la vida ha conocido la difusión de la muerte, en vez del amor ha hecho la sangrienta experiencia del odio; en vez de la comunión y de la paz ha sufrido la división y la violencia.
Por eso se sucedieron la primera guerra mundial, la segunda guerra mundial, las guerras étnicas que han estallado en tantas partes del mundo.
La paz se ha visto siempre, cada vez más gravemente amenazada.
Entonces, la Virgen interviene porque Ella es Madre, porque Ella es la Reina de la Paz, porque la Santísima Trinidad ha dispuesto que el gran don de la paz llegue a nosotros por medio de Ella. Se comprende así su continua y dolorosa invitación a la conversión, por medio de la oración y de la penitencia.
María es Madre de la Iglesia. Ella lleva en su Corazón Inmaculado todos los sufrimientos de la Iglesia, de sus Pastores, especialmente del Pastor Universal que es el Papa. Por esto nos invita a permanecer siempre más unidos al Papa, a orar mucho, a sufrir por Él, escuchando difundiendo su Magisterio.
Ella ha previsto los sufrimientos de la Iglesia, causados por la división que se ha introducido en su interior por la pérdida de la verdadera Fe por parte de muchos, por los errores que se enseñan y se difunden cada vez más. Debemos volver a creer en el Evangelio, a acogedlo y vivirlo a la letra.
María es la Madre y la estrella de una nueva evangelización.
Te doy gracias por tanto, ¡Oh María!, por ser nuestra Madre.
Esta tarde te doy gracias, Virgen de Fátima, por haber hecho surgir aquí, en este mismo lugar, el 8 de mayo de 1972 el Movimiento Sacerdotal Mariano, con el cual has llamado a tus hijos a hacer y a vivir la Consagración a tu Corazón Inmaculado, a una gran unidad con el Papa y a ser apóstoles, no con las palabras, sino con la vida iluminada por tu presencia, difundiendo los Cenáculos entre los niños, los jóvenes y en las familias.
Veo aquí un gran número de jóvenes. Jóvenes, caminad junto a María por la vía de la oración, del amor, de la pureza y difundid por todas partes los Cenáculos, sobre todo los Cenáculos familiares.
Te doy gracias, Virgen de Fátima, por haber difundido este Movimiento tuyo en todo el mundo, en los cinco continentes. Te doy gracias, Virgen de Fátima, por haberme llevado frecuentemente a todas partes, con más de mil viajes aéreos, y así he podido presidir los Cenáculos. He visto el triunfo de tu Corazón Inmaculado: el ejército inmenso de tus pequeños niños que te han respondido en todas las lenguas y que te han seguido en todas partes.
Este Acto de Consagración que vosotros haréis en portugués, yo lo he escuchado en todas las lenguas. Hoy te lo ofrezco, ¡Oh Madre!, porque esta tarde, aquí en tu Capillita, al final de este siglo y de este milenio, termino los Cenáculos que he realizado en todas las partes del mundo.
¿No es este quizás el signo fuerte que Tu hoy me das?
Quieres hacerme comprender que tu ejército está preparado, que tus pequeños niños te han respondido; que tu has triunfado en la vida de estos hijos tuyos, porque por medio de ellos realizarás el triunfo de tu Corazón Inmaculado en el mundo.
Vivamos por tanto en la esperanza, en la alegría, en el filial abandono en los brazos de nuestra Madre Celestial. Vivamos en la esperanza; como el Papa nos invita, crucemos el umbral de la esperanza con María.
Hoy, con las primeras Vísperas, iniciamos la Solemnidad de Cristo Rey y termina así el año litúrgico. Cuántas veces nos ha dicho el Papa que con el aproximarse del tercer milenio, tendrá inicio una gran primavera para la Iglesia. Yo pienso que esta primavera coincidirá con el triunfo del Corazón Inmaculado de María que traerá consigo el más grande triunfo de Cristo. En efecto el triunfo del Corazón Inmaculado de la Madre sólo puede acontecer con el triunfo del Hijo.
Aquí, en Fátima, se ha dado el anuncio de un misterio que no ha sido aún completamente revelado.
Aquí, en Fátima, hay un mensaje que refleja un haz de luz sobre todos los acontecimientos de este siglo y sobre lo que sucederá en el próximo,
Aquí en Fátima, ha sido preanunciado el más grande triunfo de Cristo, porque Él es Dios, es el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. Jesucristo es Dios que por nosotros nació, murió sobre la cruz y resucitó. Él nos ha redimido y salvado, y ahora vive en el esplendor de su gloria sentado a la derecha del Padre.
Jesucristo es el Viviente, el Primero y el Último, el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega, nuestro Salvador y Redentor. San Pedro ha dicho que no se nos ha dado otro nombre bajo los cielos por el cual la humanidad pueda salvarse, sino JESUCRISTO. He aquí la razón de nuestra esperanza: Jesucristo, nuestro único Salvador, nuestro único Redentor; el mismo ayer, hoy y siempre.
Jesucristo guía todos los acontecimientos de la historia hacia su más grande triunfo. En este siglo ha permitido el triunfo de su Adversario, para que su Victoria aparezca aún más grande, más bella y más luminosa.
Hermanos y hermanas, nosotros caminamos hacia estos tiempos en los que Cristo traerá al mundo su Reino: Reino de Gracia, de Amor, de Santidad, de Justicia y de Paz. Vayamos con María al encuentro del Reino de Jesucristo, viviendo la hora agitada y estupenda de este segundo Adviento.
Fátima es la puerta que debemos pasar para llegar a los tiempos nuevos que aquí fueron anunciados.
El Corazón Inmaculado de María es nuestro refugio, en estos tiempos conclusivos de la gran purificación y de la gran tribulación.
El Corazón Inmaculado de María es el camino que nos conduce a Dios, a ver su triunfo, contemplar la victoria de Cristo, que traerá consigo su Reino de Gloria al mundo y hará nuevas todas las cosas.
Caminemos con María hacia estos tiempos nuevos; vivamos con Ella la hora agitada y conclusiva de este segundo Adviento.
Y ahora, Virgen de Fátima, mientras te ofrezco la Consagración de todos estos hijos tuyos, te ofrezco también la Consagración de todos los que te han respondido que sí en todas las partes del mundo.
Nosotros nos consagramos a tu Corazón Inmaculado para entrar en tu refugio.
Nosotros nos consagramos a tu Corazón Inmaculado para caminar por la vía que nos conduce al Dios de la salvación y de la paz.
Nosotros nos consagramos a tu Corazón Inmaculado para preparar el camino y abrir de par en par las puertas a Jesucristo que viene para que nuestros ojos puedan finalmente contemplar su Gloria.
Por esto, amadísimos fieles, ahora os invito a renovar todos juntos nuestro Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María».